1988: odisea en el espacio interior
Entras en la cámara de música con las cinchas de la escafandra todavía colgando: los pequeños apéndices de la esfera se esfuerzan por hacerte cosquillas en el cuello mientras terminas de ajustarte los guantes, muñeca, a tu muñeca a la que le sienta tan bien ser el principio del látex.
: tienes los ojos tan abiertos que pareces un agujero negro:
En la habitación de las pantallas, donde el acero y los botones rojos y verdes y el síndrome de las piernas inquietas, la comunidad científica te da las últimas instrucciones. Hay algo extraterrestre en la manera en la que te muerdes entonces el labio, hay algo a la vez extraterrestre y precioso en la posibilidad de que el perfilador, que te has aplicado violando los códigos de esterilidad de la nave, pueda rebasar con el mordisco la capa más superficial de tu epidermis para colarse en tu torrente sanguíneo, camuflado en rojo como uno de cada dos semáforos.
: los semáforos, ya lo sabes, son viejos (tímidos) verdes que se ponen rojos cuando les miras mucho tiempo:
Mientras se cierran las compuertas dejas caer los párpados y comienzas a cantar, como has hecho desde hace cerca de un millar de noches.
Desde entonces vienes tan de lejos que tengo que ponerme de puntillas para recibirte y luego acomodarme sobre el costado izquierdo para proteger de los golpes la cámara de música, que queda aparcada en uno de los ventrículos. Desde entonces tu expedición a mis aurículas, tu campamento base a la salida de la aorta, tu ropa tendida de vez en cuando entre la mitral y la tricúspide. Como un científico polar con síndrome de Estocolmo, claro.
El caso es que los botones rojos y verdes han perdido el hilo ya, así que el centro de control es incapaz de abrocharte ya el vestido de vuelta. Desnuda, hacemos el amor hasta que se te empaña la escafandra con el vaho de los orgasmos.
Comentarios
O rojo o verde.
Un forte abrazo!